Familia Torres presenta el purgatorio más exclusivo

Familia Torres abre una nueva bodega en Las Garrigas, donde se produce el elegante vino Purgatori

Los monjes que llegaban a este rincón de Las Garrigas, en el siglo XVIII, le parecía el rincón más cercano al infierno. En unas tierras poco fértiles, donde los inviernos son crudos y los veranos superan los 40 grados, la orden de Monserrat construyó una masía donde eran desterrados los religiosos con problemas de conducta (o de fe).

El edificio fue comprado por Familia Torres en 1999, y las tierras calcáreas ubicadas entre los 250 y los 550 metros de altura, fueron destinadas a cultivar variedades como garnacha y cariñena.

El purgatorio más deseado

De estas vides proviene Purgatori, un vino elaborado por un coupage natural entre estas dos vides y syrah, que tras la producción de las añadas 2012 y 2013 hacia el mes de septiembre ya presentará en el mercado (sobre todo en el sector de la restauración) la cosecha 2014.

Estamos frente a un vino que mantuvo una crianza 100% en barrica durante 15 a 18 meses, pero que a diferencia de otros productos similares, no tiene ese gusto a roble que eclipsa su sabor.

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La etiqueta del Purgatori muestra a unos ángeles ‘robando’ un tonel de vino.

Una producción exclusiva

De este vino la bodega producirá no más de 36.000 unidades. “Si producimos más es porque tenemos más viñedos, pero no queremos apostar por la cantidad, sino por la calidad”, dice Miguel Torres, director general de Familia Torres y miembro de la quinta generación que lidera esta empresa.

La producción de la bodega Purgatori se limitará a 36.000 unidades, por las difíciles condiciones climáticas de estas tierras

La limitada producción del Purgatori –el único con DO Costers del Segre– se realiza en una bodega donde la empresa familiar invirtió cuatro millones de euros en rehabilitar el edificio de 1770 y en construir un sector para alojar a los 46 gigantescos depósitos de hormigón y acero inoxidable para la fermentación y crianza de los vinos.

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Miguel Torres, director general de Familia Torres, en los viñedos de la bodega Purgatori.

Unión del pasado y el presente

A un lado, se encuentra la sala de envejecimiento con una capacidad para 400 barricas. Y en una pequeña puerta, como si fuera un rincón secreto, se despliegan una serie de cuartos oscuros, fríos y húmedos que era donde los monjes guardaban sus vinos, y que actualmente se utiliza para envejecer a los Purgatori más exclusivos.

Una gigantesca habitación del edificio viejo, donde posiblemente los religiosos rezaban y comían, fue reconvertida como sala de catas.

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Según precisa Miguel Torres, las excursiones de enoturismo se realizan bajo demanda, pero no descartan que en un futuro cercano se le pueda añadir infraestructuras para potenciar esta rama del negocio.

Campo de pruebas

El duro clima de la comarca es un campo de pruebas para la bodega de Torres con dos objetivos: uno es verificar qué variedades pueden ser más aptas en caso de un aumento global de las temperaturas por el cambio climático, y tenerlas en cuenta para los viñedos de la empresa en el Penedès y el Priorat.

El otro es comprobar la resistencia de las uvas ancestrales catalanas, una de las misiones que se ha encomendado Miguel Torres en su dirección junto con Mireia Torres (directora de Innovación y Conocimiento).

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Recuperación de vides ancestrales

Precisamente una de ellas es la gonfaus, una de las que mejores variedades se ha adaptado a estas tierras de la provincia de Lleida, y que se caracteriza por su acidez potente.

“Con Purgatori queremos rendir un homenaje a todos aquellos que nos predecedieron en este lugar, y en especial a los monjes que supieron ver el potencial vinícola de la tierra”, describe el director general.

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La etiqueta de este vino, que muestra a unos ángeles subiendo un tonel a las alturas, un guiño a una de las anécdotas más simpáticas de la historia de esta masía: se suponía que los monjes ‘del destierro’ estaban allí para cultivar alimentos para sus hermanos en Monserrat, pero misteriosamente algunos toneles desaparecían por el camino. La culpa, argumentaban, era que cada tanto los ángeles se robaban las barricas y las elevaban al cielo.

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El antiguo comedor de los monjes se transformó en la nueva sala de catas.

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