(Re)descubriendo el rostro más sorprendente de Laos

La localidad de Vang Vieng se erige como un ejemplo de como dejar atrás el turismo de borrachera por los visitantes de calidad

Los impresionantes parajes naturales que acotan Vang Vieng vivían en el ostracismo mientras miles de jóvenes arribaban a la población para salir de fiesta hasta que el Gobierno Comunista de Laos clausuró el desenfreno. Hasta hace pocos años un hervidero de drogas y fiestas sin control, la ciudad se ha convertido hoy en día en un enclave para el ecoturismo.

«Un día, sin previo aviso, el primer ministro dio orden de terminar con los negocios lúdicos con efecto inmediato», rememora Kittisok, administrador de un hotel, sobre la transformación que en tan solo 24 horas sufrió el lugar a mediados de agosto de 2012. Antes de cerrar el grifo, Vang Vieng se había convertido en un lugar de peregrinaje para miles de jóvenes que se había tomado un año sabático de viaje y ocio antes de iniciar la universidad.

Mochileros de todo el mundo visitaban la población, situada en la ribera del río Nam Song, con un único objetivo: el «Tubing«. Esta experiencia, de apariencia simple, estaba basada en dejarse arrastrar por la corriente sobre la cámara de un neumático a lo largo de 3,5 kilómetros del río a su paso por la localidad.

La verdadera diversión, no obstante, residía en la veintena de bares sin licencia apostados a ambas orillas del afluente y las ingentes cantidades de alcohol que consumían los jóvenes con sus cuerpos semidesnudos adornados con colores fosforescentes. Música al máximo volumen, licores baratos y de baja calidad y una inusual permisividad con las drogas en este hermético país asiático eran los atractivos para esta bacanal, que en demasiadas ocasiones acababa en el hospital.

Solo en el 2011 se reportaron en la ciudad, con una población inferior a las 25.000 personas, el fallecimiento de 27 personas por intoxicación alcohólica, ingesta de drogas o en diversos accidentes derivados de la práctica del «Tubing». La creciente oleada de turistas propició que los negocios derivados de la citada actividad se convirtieran en la principal industria de la región.

«Las autoridades hacían la vista gorda, porque ingresaban mucho dinero, hasta que la situación se transformó en insostenible», chapurrea en inglés Root, un taxista que lleva 20 años trabajando en la ciudad. «Había jóvenes que no sabían colocar Laos en un mapa. Los chavales venía únicamente por la fiesta, les daba igual el país, la cultura y todo lo demás. Iban del hostal al bar y viceversa, los llamábamos ‘los zombies'», lamenta el conductor.

Un documental que denunciaba los excesos y la muerte de jóvenes en Vang Vieng, emitido por un canal australiano en marzo de 2012, provocó una multitud de críticas que propició que el Ejecutivo terminara con la fiesta, estableciera un toque de queda y derribara los garitos ilegales. «Entonces tuvimos que amoldarnos a la nueva situación y reconvertir nuestros proyectos empresariales», apunta Kittisok con una estoica sonrisa en referencia al drástico descenso de visitantes que registró entonces la región.

Pasada la resaca, los nuevos viajeros, en su mayoría occidentales de edad media, redescubrieron el maravilloso paisaje que rodea Vang Vieng, un remanso de paz con verdes montañas, campos de arroz y cuevas por explorar, cuya panorámica se puede observar a miles de metros de altura a bordo de un globo aerostático.

Un popular programa de telerrealidad surcoreano, además, se fijó en el paraíso natural para grabar uno de sus episodios. El éxito del capítulo televisivo impulsó la llegada de turistas de Corea del Sur, Japón, China y otros países asiáticos.

«La ciudad ha cambiado mucho. Donde antes había jóvenes borrachos, ahora tenemos turistas educados. Las hamburgueserías son restaurantes de comida surcoreana. la música ahora procede de Karaokes. La fiesta ha dejado paso a deportes acuáticos y montaña. Es la misma ciudad, pero dos mundos distintos», zanja el hotelero.

Esporádicamente, algún pequeño grupo de jóvenes viajeros baja el río sobre el neumático cerveza en mano: el «Tubing» no ha desaparecido, pero mucho más controlado y con cierre al anochecer.

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