El pequeño reino a los pies del Himalaya

Aunque la ciudad de Katmandú se parece cada vez más a Occidente, Nepal despliega numerosos pueblitos, templos y valles donde se siguen manteniendo las costumbres ancestrales.

La terminal de llegadas del aeropuerto internacional de Katmandú, capital de Nepal, no es un hangar, pero poco le falta. Tras pasar bajo las atentas miradas y baja empatía de los agentes de seguridad y salir al vestíbulo, la primera reacción del subconsciente es hacer marcha atrás: una muchedumbre de taxistas, propietarios de hotel, guías y vendedores se apelotona detrás de una barrera, con los brazos extendidos, gritando todo tipo de servicios para destacar entre los demás.

Por suerte, por encima de todos los brazos que se agitan con desesperación, reconozco la cara de Babu, el que va a ser mi anfitrión en Katmandú, y me lanzo decidido intentando obviar el resto.

Tras una eterna carrera en taxi (un apedazado Suzuki Maruti que aparenta tener medio siglo de vida), llegamos a un paraje inédito, absolutamente desconocido por el viajero habitual, y a tan solo unos siete kilómetros del centro de la ciudad: se trata del valle al sur de la localidad de Kirtipur, antigua ciudad-reino de Nepal, con una interesante peculiaridad: el suelo rocoso en el que se asienta ha resistido a todos los terremotos acontecidos a lo largo de centenares de años, lo que le permite conservar templos muy antiguos y una arquitectura mucho más tradicional que la que encontramos en la gran ciudad.

El valle al sur y al este de esta localidad es una región salpicada de pequeños enclaves en medio de inmensos campos de arroz y alguna que otra granja de gallinas, cuyos cacareos se propagan a través del espacio abierto. Innumerables puntitos de colores, algunos en reposo y otros en pausado movimiento, indican que este valle está repleto de vida y que la mayor parte de los nepalíes, especialmente las mujeres, siguen prefiriendo la vestimenta tradicional, muy llamativa, frente a la ropa moderna y de tonos grisáceos que les inunda poco a poco desde Occidente.

Alojarse con la familia de Babu en una casita en medio de este valle de campos de arroz cercano a Kirtipur es quizás una de las mejores opciones para poder admirar su belleza. Recomiendo encarecidamente subir al tejado descubierto de su pequeño hogar justo después del amanecer y observar como la niebla matinal va poco a poco desapareciendo sobre los campos verdes, la vida se activa, y los sonidos de la vida cotidiana y los rezos y tañidos de campanas empiezan a llenar el ambiente.

Khokana es un buen lugar para probar el arroz plano con todo tipo de acompañamientos, todos ellos con la mezcla explosiva de especias necesarias para sacarte lágrimas de los ojos.

Cuando uno se aloja en un sitio como este, las ganas de visitar la ciudad, que se vislumbra al fondo con una nube de polvo y contaminación a su alrededor, disminuyen. Y, por suerte, existen numerosas actividades a realizar sin tener que acceder a la ya muy pervertida ciudad de Katmandú.

En uno de mis días en el valle me dirijo andando a la localidad de Khokana, a unas dos horas a través de caminos de tierra, sorteando alguna vaca e intercambiando miradas de interés con los transeúntes que no acaban de entender la blancura de mi piel. Queda claro que me faltan horas de sol para pasar más desapercibido.

Khokana es una localidad famosa por el aceite obtenido a base de semillas de mostaza. ¡Sí, mostaza! Se trata de una planta con una flor de un color amarillo intenso, cuyas semillas se recolectan y se prensan de forma manual en las prensas del pueblo, que pueden visitarse gratuitamente en compañía de algún agradable nepalí. Verlas en funcionamiento es ya otra cosa, más producto de la suerte, pues los horarios de trabajo en estos rincones del planeta no se caracterizan precisamente per su previsibilidad.

El pequeño pueblecito de Khokana es, como muchos otros de la zona, un pueblo de fuertes raíces de la casta Newari, la dominante en el valle de Katmandú, y es un buen lugar para probar la comida típica de este grupo social, el arroz plano con todo tipo de acompañamientos, todos ellos con la mezcla explosiva de especias necesarias para sacarte lágrimas de los ojos.

Al día siguiente, decido realizar una excursión de dos días por las montañas al sur-oeste del valle de Katmandú. El objetivo final es el pueblo de Dakshinkali y su templo. Me interno andando cuesta arriba en las montañas al sur de la casa de Babu y su familia por un sendero rodeado de una selva poco densa pero extrañamente húmeda. Extrañamente porque hace meses que no llueve, dado que es marzo y en Nepal el monzón termina a mediados de septiembre. Sin embargo, hay rincones a los que la luz del sol parece no penetrar jamás y que mantienen su microclima a lo largo de todo el año.

Entre las casitas se alzan, majestuosos y, quizás, con demasiada ostentación en un país tan pobre, una serie de monasterios budistas

Atravieso un par de pasos hasta llegar hasta unos 2.200 metros de altura y desde la carena de la montaña vislumbro un grupo de pequeñas casitas en el fondo del valle, al otro lado de donde provengo. Y no solo eso, sino que entre ellas se alzan, majestuosos y, quizás, con demasiada ostentación en un país tan pobre, una serie de monasterios budistas de paredes blancas, estatuas de budas sentados de color dorado y tejados inclinados de un intenso color rojizo.

Se trata de un pequeño pueblo llamado Dollu, un lugar donde difícilmente vivirán más de unas 500 personas calculando a ojo, pero con una riqueza arquitectónica difícil de igualar, al menos si contamos en metros cuadrados de monasterio por habitante. Desciendo a través de una cuesta muy inclinada y resbaladiza hasta llegar a las primeras casas, hago pausa para comer en un pequeño ‘restaurante’ local unos fideos con verduras, y aprovecho para visitar uno de los templos.

Lo que por fuera aparenta ostentación, por dentro parece el parque infantil con el que cualquier niño podría soñar. Absolutamente todo lo que está a la vista está decorado con multitud de colores, intensos y llamativos, un rococó llevado al extremo más absoluto, con cortinas en forma tubular que descienden desde el techo hasta casi rozar el suelo. En medio, un grupo de niños monjes toca sus instrumentos mientras recitan sus mantras, todos vestidos con la túnica de tonos granates. Viendo el gorro con el logo de Nike a juego con la túnica de uno de ellos, me entristezco pensando hasta qué punto su cultura está en riesgo.

Paso la noche en un pequeño hotel en Dakshinkali, para despertar al día siguiente a las seis de la mañana para presenciar los rituales que se realizan en el templo cercano a esta localidad. Este templo está dedicado a la feroz y poderosa diosa hindú Kali, y es costumbre realizar sacrificios de animales y ofrendas de comida en su interior.

Resulta interesante ver hasta qué punto la religión budista y la hindú conviven codo a codo, sin molestarse

Veo cómo entran algunas personas en el templo, se descalzan y chapotean en lo que se ha convertido en una piscina de agua turbia de color rojizo, y entregan el animal (mayormente cabras y gallinas) a la autoridad religiosa pertinente para realizar el sacrificio y añadir más sangre a la piscina. La sensibilización con el respeto a los animales, (o la falta de recursos para comprarlos) está llegando fuerte también a este rincón del planeta, pues veo como muchas personas compran cocos y los rompen para esparcir su líquido en lugar de sacrificar animales.

Resulta interesante ver hasta qué punto la religión budista y la hindú conviven codo a codo, sin molestarse, en Nepal. He encontrado personas que estaban en el monasterio budista que luego han ido al templo de Kali, y a lo largo del camino me he percatado de que muchas stupas (budistas) están rodeadas de estatuas de dioses hindús y viceversa.

Nepal resulta un país entrañable: por sus gentes, sus colores, sus olores, y por la atmósfera de paz que transmite. Aunque todo ello se encuentra hoy en día muy apagado en el interior de la ciudad de Katmandú, ocupada en parecerse a Occidente. Por este motivo, es muy recomendable visitar las zonas rurales de este valle, donde se encuentran aún muchos lugares que gozan de autenticidad cultural, están libres de turismo de masas y permiten aprender sobre la verdadera esencia de este país, un pequeño reino a los pies del Himalaya.

a.
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