El exótico rincón de Túnez que vive en color azul

El pueblo de Sidi Bou Said es un enclave para soñar con casas blancas con detalles de un azul intenso que se dejan caer hacia un mar turquesa

Casas en terrazas que se asoman a un mar de aguas turquesas, deslumbrantes cúpulas, edificios encalados y rematados con intensos azules en puertas y ventanas que exhiben, orgullosas, las más trabajadas filigranas. La descripción perfecta de Santorini se puede aplicar, sin sombra de duda, al pequeño enclave tunecino de Sidi Bou Said. ¿Por qué? La respuesta, en dos palabras: mar Mediterráneo.

Idílico, coqueto, bohemio, relajado… y teñido por una luz casa mágica… La seducción que despliega la localidad no es ya ningún secreto. Con playa y puerto deportivo, retiro de familias acomodadas de Túnez e incluido en la mayor parte de circuitos turísticos y cruceros, que atracan en el cercano puerto de La Goulette, Sidi Bou Said ejerce desde hace décadas su fascinación.

Tanto que en un tiempo llegó a ser punto de encuentro de la intelectualidad europea a finales del siglo XIX y principios del XX: Flaubert, Chateaubriand, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Colette, André Gide, Guy de Maupassant, Le Corbusier, Michel Foucault y Matisse pasaron por allí, como también lo hicieron Paul Klee, August Macke y Louis Moilliet, que plasmaron en su obra -considerada después decisiva para el desarrollo del arte moderno en Europa- el viaje a Túnez que realizaron en 1914.

Tradicional puerta de Sidi Bou Said. Foto  Jori Samonen from Pixabay

Tradicional puerta de Sidi Bou Said. Foto: Jori Samonen | Pixabay.

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Un pueblo que respira arte y bohemia

A apenas 18 km en tren de la -ahora menos- ajetreada capital, acercarse a Sidi Bou Said es hacerlo a una especie de burbuja blanca y azul, apenas rota por explosiones de buganvillas rosadas, flores de azahar o jazmines que perfuman el ambiente, y alguna atrevida puerta en tonalidades amarillas o rojizas.

Las puertas y ventanas, enmarcadas en sucesivas capas de azul, se adornan a veces con grandes clavos negros que dibujan estrellas, rosetones, cipreses o peces.

Los moucharabiehs, celosías de madera que recubren balcones y ventanas y que permiten mantener los interiores frescos, proporcionan lienzos adicionales por los que se despliega el azul.

El pueblo parece conjurado para conservar su influencia artística, con calles salpicadas de galerías y talleres, además de tiendas de artesanía donde encontrar, por ejemplo, cerámicas y las características jaulas que recuerdan con sus filigranas a la arquitectura local.

Sidi Bou Said. Foto Filip StraÌzÌŒnickyÌ from Pixabay

Sidi Bou Said. Foto: Filip StraÌzÌŒnickyÌ | Pixabay.

La huella del barón d’Erlanger

No lleva demasiado tiempo recorrer la maraña de calles estrechas -puede que algo más escoger los filtros que realcen las increíbles tonalidades de sus rincones- ni hay muchos lugares que visitar, por lo que merece la pena acomodarse en uno de sus cafés para tomar un té de menta con piñones (thé aux pignon) y observar el ambiente y las vistas al mar.

Lugares como los cafés De Nattes o Des Delices son perfectos para dejarse cautivar, además, por el aroma de las shishas mientras se descubre el origen de la localidad, que lleva el nombre del maestro sufí Abou Saïd Khalafa ben Yahia que se estableció allí en el siglo XIII (su tumba aún atrae peregrinos).

Mucho de lo que es hoy se lo debe, sin embargo, a Rodolphe d’Erlanger, un barón francés, musicólogo y mecenas artístico, que recaló en Sidi Bou Said en 1907. Su palacio, Dar Ennejma Ezzhara, se eleva en la cima de una colina. Allí se refugiaron muchos de los músicos, artistas y escritores de la época y hoy es un museo de música árabe y mediterránea, la gran pasión del barón.

Las celosiÌas en las ventanas ampliÌan el lienzo azul. Foto Pixabay.

Las celosiÌas en las ventanas ampliÌan el lienzo azul. Foto: Pixabay.

Atravesando sus salas, entre hermosas yeserías, pinturas, fuentes de mármol y todo tipo de tesoros como objetos de nácar y vidri y hasta un cofre que, dicen, perteneció a Solimán el Magnífico, pueden verse instrumentos musicales tradicionales, entre ellos el qanum, un descendiente del arpa egipcia que el barón aprendió a tocar. El lugar sirve además para acoger conciertos y recitales, además de un festival anual, Musiqat, que se celebra en septiembre.

D’Erlanger dejó una importante huella, que incluye la protección de la fisionomía local y la pintura en azul y blanco. Hoy Sidi Bou Said, junto a las cercanas ruinas de Cartago, está catalogado como Patrimonio de la Unesco.

¿El secreto? Quedarse más de un día

Como destino típico de escapadas de un día, descubriremos una localidad diferente si apostamos por quedarnos un par de noches. Sin la mayoría de turistas en sus calles, es tiempo de descubrir las silenciosas calles iluminadas por la luna, disfrutar de la salade tunisenne y los briks -pasteles de pasta filo rellenos de huevo, atún o carne picada- y quizás pecar con un bambaloni, una especie de donut tradicional que se compra en puestos callejeros.

Sidi Bou Said. Foto Pixabay

Buganvillas, flores de azahar o jazmines ponen la nota de color (y olor) al pueblo. Foto: Pixabay.

Para alojarse existen diferentes opciones que van del clásico lujo de Dar Said, de estilo riad, con 24 habitaciones ricamente decoradas en torno a un patio central, a hoteles boutique como Bou Fares, Dar el Fell, con un punto extravagante, o Dar Fatma, con piscina en el azotea.

Para conocer algo más la cultura local hay que dejarse caer por Dar el Annabi, una casa tradicional convertida en museo.

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