Dubrovnik, la ciudad que ha sobrevivido al Juego de Tronos yugoslavo

La pequeña ciudad amurallada fue destruida tras la guerra civil de Yugoslavia. Pero ha sido reconstruida y sus edificios vuelven a brillar

Cualquier fanático de Juego de Tronos realizará el divertido ejercicio de descubrir cuáles templos y edificios históricos de Dubrovnik –como su catedral y la muralla– son los que han servido de decorado para la recreación de Desembarco del Rey en la saga televisiva.

Pero Dubrovnik esconde una historia más trágica de la que podría describirse en las novelas de George R.R.Martin

Cuando se atraviesan las murallas de la ciudad por la puerta de San Blas, a mano derecha, un mapa ilustra la ciudad con símbolos negros y rojos. Los triángulos y círculos negros son impactos de mortero, y los rectángulos rojos son los edificios que desaparecieron por la carga de la artillería del ejército federal yugoslavo (controlado por serbios y montenegrinos), durante la guerra civil de 1991 y 1992. Y casi todo el mapa está plagado de estos símbolos que representan la salvaje destrucción de esta ciudad, una de las más hermosas del Mediterráneo, y que en términos bélicos, no tenía ninguna importancia estratégica.

Pero al costado hay una escalera, que permite subir a las murallas de la ciudad, y desde ahí, se ve que Dubrovnik permanece impecable, con sus torres blancas, sus tejados rojos y sus callejuelas de laberinto. ¿Es que acaso la mano de la destrucción pasó por aquí?, se pregunta uno. Y la respuesta es sí, pero cabe agregar que una vez que los morteros y los cañones silenciaron sus truenos, los habitantes de la ciudad comenzaron a reconstruirla, siguiendo pautas de edificación de siglos atrás, y con materiales originales en la medida de lo posible.

Tips para comer –con algún sacrificio-

Y así Dubrovnik resucitó, y volvió a ser la Perla del Adriático (perdón por el topicazo); una pequeña ciudad medieval que a sus espaldas tiene el orgullo de haber sido un micro estado que le competía de tú a tú al imperio veneciano, y que también osó desafiar a la aplanadora otomana y a Napoleón.

A lo largo de la calle Stradun se concentran las tiendas de moda y los restaurantes más exclusivos. Si la idea es hacer el mismo tipo de turismo de masas como los que bajan de los cruceros, pues aquí hay un restaurante más caro que el otro. Algunos, como el restaurante Above 5, se encuentran en las terrazas del casco antiguo, y permiten obtener magníficas vistas de los tejados de la ciudad y del campanario, donde las figuras de Maro y Baro siguen golpeando la campana cada hora. Otros como el Nautika Restaurante o el Restaurante 360 se distinguen por la posibilidad de contemplar la bocana del puerto antiguo, con sus pequeños yates que se mecen.

Es cierto que algún caso vale la pena gastarse seis o siete euros por una cerveza, al menos, y disfrutar de las puestas de sol en la muralla en el bar Mala Buza. Aunque si se pretende degustar unos buenos mariscos sin necesidad de hipotecar la casa, se puede probar el Pantarul, o las pastas de la Otto Taverna, ya alejado de la ciudad amurallada.

De todas maneras, dada la cercanía con Italia, dentro del antiguo barrio judío –donde casi me dejo los pulmones de tanto subir y bajar escaleras- hay un sinfín de restaurantes pequeños, donde la pizza, los spaghettis y otras comidas rápidas siempre sacan del paso en momentos que se quiere aprovechar el día a full.

Un mar retocado por Photoshop

El Adriático es un mar de tonalidades verdes y azules que pareciera estar retocado por Photoshop. La carretera que une Dubrovnik con Zadar es una de las más hermosas que se pueden conocer. A la derecha está el telón de las sierras con sus olivares, sus arbustos pequeños y las rocas blancas esparcidas al azar. A la izquierda, el precipicio de los acantilados y el mar de postal, con el rosario de islas que acompañan a lo largo del trayecto.

Croacia gusta de presentar su Costa Dálmata como “el Mediterráneo como era antes”. Y así se supone que sería la costa española, francesa e italiana antes de que lleguen las oleadas urbanísticas y los pelotazos inmobiliarios.

Cada ciudad guarda un tesoro histórico

Así, el viajero puede descubrir los pueblos y las ciudades que se despliegan frente a la costa, como Split, Trogir, o Zadar. Cada una de ellas tienen sus huellas de conquistas romanas, bizantinas, venecianas, austrohúngaras y napoleónicas. Cada una permite ser descubierta en una caminata de varias horas, con tiempo suficiente para recorrer los bosques y las costas cercanas.

En verano, recomiendo una alternativa de viaje más larga, pero que otorga más relax: ir tocando los puertos de cada isla, grande o pequeña, a bordo de los ferries de la compañía Jadrolinija. Las islas no están tan masificadas como las ciudades de la costa, y se pueden descubrir verdaderas maravillas con pueblos con su iglesia, con huellas venecianas u otomanas.

De regreso a Dubrovnik, uno de los sentimientos más bonitos lo he experimentado a lo largo de la Branitelja Dubrovnika. Esta carretera comunica la ciudad vieja con el resto de la ciudad nueva, y es una serpiente de asfalto que va bordeando las calas mientras a sus costados se levantan hoteles y residencias. Cada tanto, como una pausa urbanística, el Adriático hace gala de su presencia, y se tiene la oportunidad de caminar por allí al atardecer, se puede sentir una sensación de paz que da gusto compartir. Supongo que estos croatas del sur habrán tenido la misma sensación cuando pudieron disfrutar de su ciudad en paz.

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