Cinco razones para volver a Portugal este verano

Portugal está más cerca que nunca, y estos cinco pueblos detenidos en el tiempo justifican una escapada a las tierras lusitanas

Los meses de fronteras cerradas han quedado atrás. España y Portugal vuelven a estar unidos para recibir a los turistas de una y otra tierra. Este es uno de los motivos para cruzar al territorio luso y descubrir cinco pueblos y ciudades pequeñas, cada una con su historia, sus rincones con encanto y sus calles donde el tiempo parece que siguió de largo.

Óbidos

Este pueblo fue uno de los regalos otorgados a la Reina Isabel de Aragón en 1282 (y ya veremos que no fue el único), después de que la monarca dijera estar enamorada de sus cabañas y casas blancas, amarillas y azules.

Sus callejuelas empedradas, la imponente muralla y las almenas que vigilaban el territorio le dan el toque medieval añadido a una villa que se caracteriza por su pasión por la lectura.

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Puertas adentro de las murallas hay 14 librerías, entre ellas la hermosa Livraria do Santiago, que se encuentra dentro de una iglesia barroca.

katia de juan unsplash

 

Casas de colores, la típica postal de Óbidos. Foto: Katia de Juan – Unsplash

O hay otra situada en un antiguo mercado de alimentos y dedicada a los libros de viajes y vinos.

El paseo por las calles con sus casas siempre llenas de flores culmina con el castillo morisco que vigila la villa, el mejor atalaya para atrapar a Óbidos.

Castelo de Vide

En la región de Alentejo el pueblo de Castelo de Vide es un encantador laberinto de casas blancas y tejas rojas, con sus jardines y balcones cuidados con esmero y pequeñas fuentes públicas.

La inmigración judía del siglo XV le otorgó a Castelo de Vide rasgos únicos, con sus casas blancas y techos de tejas ubicadas en pronunciadas pendientes

Al estar muy cerca de la frontera española, a un tiro de piedra de Extremadura, recibió una importante inmigración de judíos expulsados por los Reyes Católicos, que le otorgaron una identidad diferente a este pueblo situado en la cima de un acantilado, dominado por los muros impenetrables del Castillo de Dinis y la Fortaleza de São Roque.

Castelo da Vide Foto Jocelyn Erskine Kellie   Flickr

Amanecer en el pueblo de Castelo da Vide. Foto: Jocelyn Erskine Kellie – Flickr

Cada tanto se encuentra algunas de las fuentes como la Fonte da Vila, usada por la Inquisición para convertir al cristianismo a los pobladores.

La ausencia de grandes monumentos queda más que satisfecha con el paseo por las calles empedradas, algunas con cuestas que fatigan el cuerpo, que desde la judería conducen al castillo.

Trancoso

Las murallas del siglo XIII son un paso a viajar en el tiempo en este pueblo de aires medievales, con sus casas de piedra toscamente talladas y sus plazas invadidas por mesas de bares y restaurantes.

Vigilando durante siglos está el castillo con su torre morisca, que se puede visitar para contemplar la villa del valle.

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En esta ciudad rey Dinis se casó con Isabel de Aragón, y ya que estaba, el monarca se la regaló como dote.

Hasta que la corona portuguesa también cayó en la intolerancia en el siglo XV la población judía había prosperado con entusiasmo, como se ve en las huellas arquitectónicas como las puertas dobles de algunas casas: una para los negocios y otra para los familiares.

Rincon de Trancoso Foto Antero Pires

Uno de los pequeños rincones de Trancoso. Foto: Antero Pires

Asimismo, todavía es posible ver en las fachadas unas cruces talladas, que significa que eran el hogar de judíos convertidos al cristianismo, y algunas viviendas emblemáticas como la Casa del Gato Negro, que alojaba a una sinagoga.

Aveiro

No había que ser muy creativo: si la ciudad tiene canales, seguro que es conocida como La Venecia de Portugal. Esta es Aveiro, capital de la ría homónima y situada en el estuario en que el río Vouga se confunde con el Atlántico.

A pesar de sus pequeñas dimensiones Aveiro es un catálogo histórico de arquitectura, con casas blancas de estilo mediterráneo a otras revestidas de los típicos azulejos portugueses de colores vivos.

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También hay ejemplares de edificios art nouveau sobre la margen izquierda del río, donde se encuentra el Mercado de Pescado y el barrio de Beira Mar.

mezcla de estilos en Aveiro. Foto Juan Mercader Flickr

Mezcla de estilos en las márgenes de Aveiro. Foto Juan Mercader Flickr

En tanto en la margen derecha se descubren numerosas iglesias y monasterios, muchos de ellos de la Edad Media, y otros de épocas posteriores como la Catedral de Aveiro, una obra maestra del barroco portugués.

Sus pequeños puentes, las barcas pintadas con detalles que rayan la obsesión, las plazas y patios de flores se combinan con una serie de atractivos naturales en la región como las salinas con sus pirámides blancas y las dunas blancas que descansan junto al mar.

Monsanto

En las planicies de la Beira interior se encuentra el pueblo que fue reconocido como la villa más portuguesa de Portugal.

Se trata de Monsanto, un pueblo acomodado como se pudo durante generaciones en un estratégico baluarte de roca, donde las tradiciones se mantienen inalterables con el paso de los años.

En 1938 Monsanto fue elegida como el pueblo más portugués. Y desde ese entonces lo recuerdan a todas las visitas

Al punto que su celebración más importante, la Fiesta de las Cruces, conmemora cada 3 de mayo que hace 23 siglos sus habitantes lusitanos resistieron el asedio de las tropas romanas.

En la cima se encuentra el castillo morisco que fue reconstruido por los templarios, y si bien su ascenso es para dejar agotado a cualquiera, las vistas del valle de Beira compensa el esfuerzo.

Monsanto foto Vitor Oliveira Flickr

Monsanto, el pueblo de las rocas. Foto: Vitor Oliveira Flickr

De vuelta a la villa, se puede ver cómo los residentes se las ingeniaron para construir su viviendas aprovechando cada centímetro de roca, al punto que algunas formaciones enteras de granito sirven como tejado, lo que el humor popular bautizó como “casas de una sola teja”.

Entre las callejuelas también se encuentran residencias de estilo manuelino y torres medievales como la de Lucano, donde un gallo de plata recuerda a los visitantes el premio ganado por conservar el espíritu portugués más auténtico.

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