Bilbao, tradiciones y modernidad a la vera de la ría

Un recorrido por la capital económica del País Vasco, para descubrir su pasado industrial, su presente de modernidad y su fabulosa gastronomía

Lo más bonito de un viaje es eso: viajar. Cuando se llega rápido a un destino las imágenes del trayecto pasan a toda velocidad y se pierde la oportunidad de conocer nuevos paisajes, sensaciones personas… Con esta idea, que me transmitió un ocasional compañero de viajes, decidí renunciar al rápido vuelo de una hora entre Barcelona y Bilbao y elegir una forma más distendida de llegar a la ciudad vasca: un trayecto de ocho horas en bus.

El trayecto presenta un caleidoscopio de paisajes, que conforme van cayendo las horas, van cambiando de tonalidades. Por la ventanilla van desfilando las ondulaciones cercanas a Barcelona, las planicies y sembrados de Lleida, la dureza del desierto aragonés y las cada vez más serpenteantes carreteras del País Vasco que prologan la llegada a Bilbao.

Esta ciudad, hay que tenerlo preciso, no es la capital del País Vasco (que es Vitoria) sino de la provincia de Vizcaya; pero es la urbe más importante de esta comunidad autónoma, representante de una de las potencias económicas de España en base a su producción industrial, siderúrgica y del acero.

Esta ciudad se puede recorrer, en lo posible a pie, durante un par de días, y luego dedicar una o dos jornadas a explorar los pueblos que se expanden a lo largo de la ría de Bilbao y de los valles cercanos.

Como en las películas, en que una toma panorámica presenta la localización del filme, hay que ver la extensión de Bilbao desde el Mirador de Artxanda, al que se accede por su popular funicular, y en los bares de este barrio se puede tener una primera aproximación a la reconocida gastronomía vasca, con sus pintxos y una copa de txakoli.

El Guggenheim es el nuevo icono de la ciudad

De vuelta a la ciudad, el Museo Guggenheim es un buen punto de partida para entender el presente y futuro de esta ciudad. Las curvas de titanio del edificio, diseñado por Frank Gehry, simboliza un navío encallado. Nuevo icono de la ciudad, su valioso legado artístico se matiza con diversas esculturas emplazadas en los paseos trazados a lo largo de la ría. Estos meses, no hay que perderse la valiosa exposición de Expresionismo Abstracto, una amplia muestra con obras de Pollock, Rothko y Kline para conocer este movimiento que rompió estructuras después de la Segunda Guerra Mundial.

Quienes prefieran contemplar muestras clásicas del arte, no pueden dejar pasar la oportunidad de descubrir el legado del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que abarca desde el siglo XIII al XX, con un fuerte acento en el patriomonio pictórico de la escuela española e interesantes obras de la flamenca y holandesa de los siglos XV y XVII.

De vuelta, al Paseo de Abandonibarra, que desde el puente Pedro Arrupe presenta varios puntos de observación, y reflexión, imprescindibles: la universidad de Deusto, el Museo Marítimo, el Palacio Euskalduna y el nuevo estadio de San Mamés del Athletic Club, un moderno ejemplo de la arquitectura deportiva.

Por la hora ya es momento de acercarse al Ensanche y descansar un rato en los bares de la calle Rodríguez Arias o la Alameda Urquijo, que conduce a la mole del Azkuna Zentroa, un antiguo almacén de vinos reconvertido en centro de ocio y cultura.

El Ensanche presenta una síntesis de estilos arquitectónicos

El Ensanche sintetiza la expansión del Casco Viejo bilbaíno y en sus calles de trazado rectilíneo hay un amplio catálogo de estilos: desde barroco a renacentista, del tradicional montañés a estructuras racionalistas. Cada momento histórico quiso dejar su huella impresa en los edificios que lo conforman.

El contundente edificio del antiguo Banco de Vizcaya dialoga con el barroquismo del Banco de España, el gótico de la iglesia San Vicente matiza el racionalismo de la década de 1920 en la sede de Correos, y el Osakidetza representa las últimas vanguardias con su caprichosa forma combinada con el cristal.

En esta conjunción ecléctica de Bilbao se pueden encontrar la postal modernista de la Estación La Concordia, la impactante figura de la Sociedad Bilbaína (que sigue con su tradición de club privado para hombres, aunque su exclusivo restaurante está abierto a todo el mundo), el art noveau de los Palacios Elíseos y la elegancia de los palacios Olabarri, Carlton, La Aurora o la Casa Montero, representantes del poder económico de la sociedad vasca entre fines del siglo XIX y principios del XX.

Comer y pasear por el Casco Viejo

El Casco Viejo, trazado a partir de siete calles, cuenta –como es de esperar- con una amplia variedad de iglesias como la de Santos Juanes o la de San Antón, y de lugares emblemáticos como el Mercado de la Ribera; pero lo mejor son sus pequeños bares que expresan a las mil maravillas la afamada cocina del País Vasco.

Para estos meses de frío no se pueden perder  guisos como la porrusalda, a la que mucha gente le añade bacalao para darle un gusto diferente. También las alubias rojas son un plato obligado, acompañado de costillas, morcillas y chorizo, regado con los vinos de la región.

Sierras y mar en las cercanías de Bilbao

La visita a Bilbao no está completa sin escapadas a las cercanías, como Portugalete con su famoso puente colgante; el recorrido por las Grandes Villas que miran con fastuosidad a la ría, Ereaga con su playa (aunque no sea la época de baños en el mar, vale la pena pasear por su rambla) y el barrio de Algorta, donde disfrutar de fantásticos pescados –sobre todo la merluza elaborada con salsa verde-.

Y para quien sea amante del senderismo y la vida al natural, a no perderse los trayectos de Gran Recorrido para fatigar las piernas por los montes Avril, Arnotegi o Pagasarri. Sólo es cuestión de animarse y emprender una nueva forma de conocer esta ciudad y su entorno más inmediato.

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