Nueva Zelanda lanza a los turistas en una catapulta

Para los que el bungee jumping les parece aburrido, en Nueva Zelanda se puede saltar por los aires a casi 100 kilómetros por hora

Colocar personas en una catapulta no es una idea nueva: en la Edad Media era común que los sitiadores lanzaran prisioneros de guerra infectados con alguna enfermedad hacia de las murallas de la ciudad atacada, un antecedente milenario de la guerra bacteriológica.

Pero en Nueva Zelanda esta idea vuelve a estar presente, pero como una diversión de deporte extremo.

Henry van Asch, conocido en el país austral por ser uno de los primeros en expandir la moda del bungee jumping (saltos desde un puente), ahora presenta la primera catapulta humana, aunque está muy lejos de la idea aplicada en épocas medievales.

Catapultado al vacío

En un precipicio de la región de Queenstown, en una tarima, al valiente de turno le colocan un arnés, un casco, y con los nervios de punta mira al vacío. Sobre su cabeza cruza un cable que atraviesa el valle hasta la ladera de una sierra vecina, a 150 metros de distancia.

El proyectil humano se coloca en una posición horizontal gracias a unos anclajes del arnés, mientras que un tensor elástico se impulsado al otro extremo del cable. Cuando la tensión llega a su punto máximo la persona es liberada del mecanismo y sale catapultado al vacío, en una veloz caída que alcanza los 98 kilómetros por hora en menos de un segundo y medio.

Al alcanzar el punto mínimo de la tensión la elasticidad de la cuerda lleva a que la persona suba y baje un par de veces más, como si fuera un yo-yo gigantesco en medio de un valle. En total, habrán pasado un par de minutos, aunque al protagonista de este pasatiempo extremo le haya parecido una eternidad.

Sistema informatizado para saltar

El bungee jump tiene la ventaja –relativa- de que la persona decide cuándo saltar al vacío. Aquí no sucede eso: van Asch explica que su catapulta tiene una serie de sensores que, por medio de un programa informático, decide cuándo es el momento ideal para el lanzado, basado en la tensión de la cuerda y el peso del saltarín.

En un segundo y medio el participante alcanza una velocidad de casi 100 kilómetros por hora

La adrenalina y nervios del participante de los momentos previos es inigualable, dice este emprendedor a Bloomberg, porque en este caso se suma el factor sorpresa.

El trayecto presenta una aceleración máxima de 3G en el cuerpo, la mitad que las montañas rusas más audaces. En tanto, los pilotos de los jet de caza pueden recibir hasta una fuerza de 8G en sus vuelos.

Apoyo del gobierno

Van Asch introdujo la práctica del bungee jumping hace 30 años, y la idea de la catapulta humana hacía tiempo que le rondaba en su cabeza. Durante tres años desarrolló el proyecto y el mecanismo de lanzado, que recibió una subvención parcial del Gobierno de 290.000 euros.

Es que Queensland es una de las mecas de los deportes de aventura. En esta región de la Isla Sur, sobre las costas del lago Wakatipu, se puede practicar esquí, senderismo, navegación, buceo, canotaje, y el popular bungge jumping.

Con su invento, Nevis Catapult –la compañía creada por Van Asch- espera llegar a lanzar a cien personas al día durante la temporada del verano. Los únicos requisitos son tener más de 13 años, pesar entre 45 y 128 kilos, y no tener miedo a las emociones fuertes. La adrenalina está garantizada.

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