Cinco destinos para escapar de Atenas (y no arrepentirse)

El Golfo Sarónico y la parte más occidental del Peloponeso esconden una isla enamorada de los pistachos, yacimientos imprescindibles y una gastronomía deliciosa

Atenas es una gran urbe, llena de historia y encantos, pero también de turismo, polución y ruido. La suerte está en que no muy lejos de la capital griega se agazapan varios destinos inmejorables para una escapada de un día o de un fin de semana largo, perfectos para recobrar el aliento. El mítico puerto de El Pireo es el cordón umbilical que une la ciudad de la diosa Atenea con el mar Mediterráneo. Desde allí zarpan barcos a las habitualmente atestadas islas Cícladas y a sus primas hermanas menos conocidas, las Sarónicas.

En un trayecto (en el barco lento) de menos de hora y media nos plantamos en Egina (1), lugar de veraneo de la clase media-alta ateniense. Por el agradable puerto de esta ciudad de pescadores pasean los fines de semana familias y adolescentes sacados de la gran ciudad y algún extranjero despistado. Justo al lado del mercado y en el extremo del espigón hay varias tabernas magníficas: pescados y pulpos a la brasa, además de los platos más típicos de la comida griega (desde el tzatziki a la omnipresente ensalada holiatiki), se sirven a precios más que razonables.

Pero para los amantes de la historia antigua, la gran joya de esta isla enamorada de los pistachos –hay árboles de este fruto en cada esquina y se venden en todo tipo de formatos– está en el interior, en lo alto de una montaña a 13 kilómetros de la población principal. Por las vistas (o simplemente porque es la mejor manera de recorrer casi cualquier isla griega) se recomienda alquilar una moto. El Templo de Aphaia, que data del siglo V A.C., formaba en la antigüedad “un triángulo sagrado” junto con el Partenón y el templo ubicado en Cabo Sunion, al sur de Atenas. Tres puntos en el mapa que, con sus variantes, ejemplificaban la perfección arquitectónica en el mundo heleno.

Desde Egina salen diariamente varios barcos hasta Poros (2), ubicada en el extremo suroeste del Golfo Sarónico y a escasos 100 metros de la tierra firme del Peloponeso. Este pueblo encaramado a una colina cuenta con dos almas: una, la del atestado paseo marítimo en el que atracan veleros de todo el mundo, y otra, la más interesante, que se pierde entre las callejuelas que forman las casas de un blanco intenso, levantadas bajo las normas de la arquitectura cicládica, la civilización que en su día pobló las hoy archiconocidas Mykonos o Santorini.

De vuelta al continente, un abanico de lugares históricos se abre en las guías turísticas. El santuario de Asclepios (dios de la medicina y la curación), más conocido por el nombre de la ciudad-estado en el que se edificó, Epidauro (3), es de visita obligada por varias razones. Cuenta con probablemente el teatro del mundo antiguo más célebre y mejor conservado. Esto es posible por un segundo motivo: todo el yacimiento (que incluye restos de templos, edificios residenciales y santuarios) se esconde sobre un enorme bosque mediterráneo, aislado en su momento de todo y con la protección natural que brinda la naturaleza.

Desde la que para muchos es considerada la primera escuela de medicina de la historia se llega fácilmente, vía la ciudad de Nauplia, a otro lugar imprescindible del mundo antiguo, fechado varios siglos antes. Micenas (4), cuna de la civilización micénica, vivió su época de esplender entre los siglos XIV y XIII antes de Cristo. Fuente de múltiples leyendas aquí reinaba el héroe Agamenón, dueño de un famoso tesoro y cuya tumba aún impresiona hoy en día, por las enormes piedras que la sustentan. Lo mismo ocurre con los muros ciclópeos de la acrópolis de esta ciudad, a la que se accede por la monumental Puerta de los leones.

Volviendo a Nauplia (5) nos encontramos con el mejor campo base para explorar más en profundidad esta región, llena de playas y yacimientos increíbles. Sin embargo, detenerse por uno o dos días en esta localidad de costa también es una gran opción. Ubicada en la parte más interior del golfo Argólico, Nauplia es una ciudad tranquila y perfecta para disfrutar de la variadísima cocina griega.

En el país heleno, los bares y tabernas proliferan como setas y la comida casera suele ser norma, incluso en los lugares más turísticos. También, y a partir de la experiencia del que esto escribe, acostumbra a cumplirse una curiosa regla: los manteles de papel en las terrazas exteriores aseguran una comida de alta calidad (sobre todo si el griego es la lengua más común entre los comensales). Bajo esta premisa no infalible se pueden degustar platos como la conocidísima musaka (una especie de lasaña hecha a base de berenjenas y carne), la dolmadakia (hojas de parra rellenas de arroz, carne picada, cebolla…), la tyropita (finas empanadillas hechas con queso y huevo), el queso feta en todas sus variantes (frito, al natural, en ensalada…) o el sencillo y económico gyros, entre otros muchos platos. ¡A disfrutar! 
 

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