La naturaleza conspira contra los coches autónomos

Nieve, lluvias y hasta las gaviotas se convierten en obstáculos y problemas para el desarrollo de los vehículos autónomos

La mayoría de las pruebas de los vehículos autónomos se realizan en sitios con condiciones climáticas estables, como la ciudad de Phoenix donde Waymo testea sus taxis sin conductor. O las poblaciones de la Costa Este de EEUU, donde los días soleados son mayoría.

Pero cuando se trata de ver qué sucede en sitios con lluvia, nieve o frío intenso, los desarrolladores se llevan la mano a la cabeza. El arsenal de sensores, GPS, rayos láser y cámaras no terminan de ser el 100% efectivos para afrontar imprevistos climáticos.

Dicho de otra forma: el futuro reto para la evolución de los coches autónomos no vendrá de los algoritmos o la inteligencia artificial, sino de la nieble o la lluvia, dice un informe de Bloomberg.

Un radar bajo el coche

Según un estudio del Foro Económico Mundial y el Boston Consulting Group, la nieve no solo cambia la forma en que se debe conducir, sino que también altera cómo los sensores y las cámaras del vehículo perciben el trazado de una calle o carretera.

Para solucionar este problema, la start-up Wave Sense desarrolló un radar que escanea que hay hasta tres metros por debajo de la superficie, ya sea hielo, nieve, agua, raíces o asfalto.

Un sistema así no es nuevo (de hecho es similar a los escáneres de los arqueólogos), pero lo llamativo es que esta detección la puede hacer a velocidades que superan los 100 kilómetros por hora.

Cuando una gaviota obstaculiza a un coche autónomo, sus sistemas deberían decidir si conviene aminorar la marcha, tocar bocina o frenar

De esta manera, el vehículo gana estabilidad y puede reconocer de qué manera debe conducirse según la superficie que esté pisando.

Los obstáculos de la Madre Naturaleza

El gran desafío es cómo compatibilizar la batería de dispositivos que carga un coche autónomo, y de qué manera sortear los obstáculos de la Madre Naturaleza: las cámaras no sirven de mucho frente a la niebla y las tormentas intensas, mientras que los láseres de guía no funcionan correctamente ante los copos de nieve o las gotas de lluvia.

Los GPS se bloquean si se está dentro de un túnel o tienen retrasos en la conexión si acechan tormentas solares, y el radar ayuda poco cuando detecta a obstáculos que no precisa si pueden sortearse o no.

Uno de ellos son las gaviotas. Estas aves suelen detenerse en una carretera a picotear algún alimento, y a menos que el conductor amenace con su coche, apenas se mueve de su sitio.

La inteligencia que falta a los vehículos autónomos

En este caso, un vehículo autónomo debería tener la ‘inteligencia’ de saber cómo afrontar la situación: ¿vale la pena frenar, o la gaviota echará a volar?

La piedra filosofal de la programación de los coches autónomos es que el vehículo recoja la información de cada sistema, decida cuál es la mejor solución y descarte a la del resto. Es lo que los ingenieros del sector llaman la fusión de sensores.

La compañía que pueda desentrañar este enigma tecnológico puede liderar un sector que llegará a movilizar seis billones de euros.

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