El Reina Sofía explica el nacimiento de las vanguardias con 400 obras

400 obras sintetizan el nacimiento y auge de las vanguardias, con un espacio privilegiado para el flamenco, en el cuarto episodio de la reorganización del Reina Sofía

Obras de Francis Picabia y Joan Miró. Foto: Museo Reina Sofia.

Nos anticiparon una reordenación por capítulos y toca la cuarta entrega. El Museo Reina Sofía levanta el telón a una docena de salas nuevas de la colección permanente y 400 obras de Picasso, Buñuel, Dalí, Gris, Paul Klee, María Blanchard, Maruja Mallo, Picabia o Julio Romero de Torres dedicadas a rastrear el nacimiento de las vanguardias, desde finales del siglo XIX hasta los años 30.

Este nuevo relato, que se extiende en la segunda planta del edificio Sabatini, lleva por título Los territorios de la vanguardia: ciudad, exposiciones y revistas e incluye una sala dedicada al flamenco que se ubicará junto al Guernica.

La transformación completa de la colección, que reordena todos sus fondos, estará lista a finales de noviembre.

El papel de los territorios

En su particular análisis de la génesis de las vanguardias, el Reina Sofía cambia el foco del relato al sustituir la sucesión de movimientos y sus artistas destacados por los territorios en los que se desarrollan: la ciudad, con sus entornos burgués y obrero; las exposiciones y las galerías de arte; y las publicaciones y las revistas que permitieron a los artistas comunicarse entre sí y abrir fronteras desconocidas hasta entonces-.

Máscaras y una obra de Picasso. Foto: Museo Reina Sofia.

Además, se dedica espacio también a nuevos espacios ciudadanos de consumo visual, como los lugares de ocio o los escaparates de las tiendas. Barcelona tiene un peso fundamental en esta propuesta ya que fue escenario de algunos hitos artísticos de primer nivel.

Partiendo de un contexto, el de las ciudades burguesas que se están transformando y son lugar de conflicto en los albores del siglo XX, las primeras salas se centran en la fotografía social, con trabajos como Subiendo al tren (1909) de Lewis Wickes Hine (1874-1940, EE.UU.) o la serie Fotografía-Nueva York (1916), de Paul Strand (1890, EE.UU.-1976, Francia), que reflejan y denuncian la pobreza sistemática de la clase obrera de la época en las ciudades.

Le sigue una dedicada a la arquitectura y las soluciones que trataron de ponerse en marcha frente la crítica situación que se vivía en las urbes, como las de Ildefonso Cerdá, artífice de la creación del barrio del Ensanche de Barcelona, o la de la cooperativa La Flor de Mayo –también en Barcelona- que perseguían que la gente dejase de vivir en barracas y lo hiciera en un entorno más racional e higiénico con zonas verdes, escuelas y mercados.

Las revistas como uno de los principales vehículos de promoción de las nuevas corrientes artísticas están presentes a lo largo de todo recorrido

Barcelona durante la I Guerra Mundial

Mientras duró la Primera Guerra Mundial, Barcelona fue también refugio de numerosos artistas de la vanguardia europea como Robert Delaunay y Sonia Delaunay que formaron una excéntrica colonia y dieron lugar a que la ciudad fuera sede del primer happening de la historia del arte (1916): un combate de boxeo entre el artista dadá Arthur Cravan y el campeón Jack Johnson, del que se puede ver un cartel.

Foto: Museo Reina Sofía.

También lo fue de una de las primeras exposiciones cubistas del mundo en las famosas Galerías Dalmau, que ocupa otra de las salas.

Las revistas, un papel crucial

Las revistas, uno de los principales vehículos de promoción de las nuevas corrientes artísticas, están presentes a lo largo de todo recorrido y, en palabras del director del centro de arte, Manuel Borja-Villel, “tienen una grandísima importancia como vía de comunicación de nuevas ideas”.

La surrealista Documents de Georges Bataille, por ejemplo, congregó en sus páginas obras de Miró, Picasso o André Masson, que acompañan numerosos ejemplares, aunque Ilustraron artículos también Hans Arp, Jacques Lipchitz o Paul Klee.

Menos conocida es la Gaceta del Arte, editada en Tenerife por el pintor y crítico canario Eduardo Westerdahl, que se expone junto a una obra, Antro de Fósiles, de Maruja Mallo, una de las artistas que promovió.

«El flamenco permite a los artistas reconectar con la gente, pero no a través del arte ilustrado, sino del movimiento del cuerpo»

Manuel Borja-Villel

Grandes obras

Entre las obras más destacadas del recorrido se pueden ver, por primera vez en conjunto, tres de gran formato de Dalí: Cuatro mujeres de pescadores en Cadaqués, Composición abstracta y Sin Título, que reflejan la atracción del catalán por lo deforme.

Frente a ellas, el guiño de Comiendo erizos, de Buñuel, que muestra a la familia del artista de Cadaqués. El cineasta está presente también con Un perro andaluz y La edad de oro.

Obras de Picasso. Foto: Museo Reina Sofía.

La expansión del surrealismo en el mundo de la fotografía se puede ver en un grupo de instantáneas de Man Ray, Dora Maar, Brassai y otros autores sobre el cuerpo de la mujer que ocupan toda una sala.

Tampoco faltan algunas de las mejores obras de los fondos del museo, como Rostro del Gran Masturbador de Dalí, La nadadora de Picasso o Graffiti de Brassai.

Conexión vanguardia-flamenco

La conexión entre vanguardia y lo popular se encuentra a lo largo de todo el recorrido, especialmente en apartados dedicados a las Misiones Pedagógicas, La Barraca o la Residencia de Estudiantes, pero es especialmente destacable en la sala dedicada al flamenco, ubicada en un lugar de honor: en la sala contigua al Guernica.

“El cante jondo es el enigma, eso que solo se puede expresar por la voz. El flamenco permite a los artistas reconectar con la gente, pero no a través del arte ilustrado, sino del movimiento del cuerpo”, explica Borja-Villel.

Símbolos inequívocos del universo del flamenco aparecen una y otra vez en obras como Bailarina española de Miró, La Guitarra de Juan Gris, El gitano de Robert Delanunay o Mujer con abanico de María Blanchard y otras muchas más congregadas en la sala.

Museo Reina Sofía. Foto: Emilio Naranjo | EFE.

Pero no solo en pintura: la sala incluye también un traje de baturro y gran parte del decorado que el pintor y escultor Alberto Sánchez hizo para La romería de los cornudos (1933) de Federico García Lorca. Un decorado, por cierto, muy alejado de lo folclorico.

Este tipo de iniciativas forma parte del viaje del arte español hacia lo popular, que ocurre desde el principio del arte moderno en nuestro país pero que se explicita de manera contundente a finales de los 20 y durante los 30 sobre todo través de las colaboraciones entre artistas músicos, bailarines, etc.

En este sentido, una de las piezas más evocadoras de la sala es Bailes primitivos flamencos, una idea del bailaor Vicente Escudero filmada por Herbert Matter y en el que el bailarín, que defendió la conexión entre danza, cubismo y surrealismo, se mueve al compás de un sonido de motor, ahora bailando a escasos metros del Guernica.

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